El concepto de camuflaje ha calado en casi todas las actividades sociales humanas. Durante el pasado siglo las empresas se han desarrollado adquiriendo un poder superior incluso al de los países y han inventado la ciencia del marketing que camufla los objetos en sueños. Los humanos utilizamos las diversas marcas, como una segunda piel, para integrarnos en el grupo social de la “sabana” al que queremos pertenecer; los productos que usamos no proyectan lo que somos, proyectan lo que queremos ser o tan solo parecer. El poder económico ha secuestrado el sentido de la vista que era hasta hace muy poco “acta notarial de la verdad”. El poliespán, el Photoshop y la cirugía estética han convertido nuestro entorno en un parque temático en el que los objetos, los mensajes y los cuerpos son falsos. El eterno “si no lo veo no lo creo” carece ya de sentido. Sin embargo seguimos creyendo porque todos somos actores en el mismo decorado; protagonistas o figuración, pero cómplices en diverso grado. Actualmente la estética militar se extiende por todo el cuerpo social. Las grandes cadenas de ropa nos ofrecen vestuario del día a día para ir al colegio o al trabajo camuflados; las viviendas de las nuevas urbanizaciones adquieren la presencia de bunkers inabordables al estilo de los kibutzs de los “territorios ocupados”; hasta los vehículos se han contagiado de la estética del blindaje de las naves de guerra del imperio. Con la militarización total de todas nuestras fronteras, implantada con la excusa de la seguridad, todos nos preparamos para una movilización general. No sabemos ni cuándo ni dónde surgirá el conflicto, pero tenemos que estar preparados. En Thanksgiving Turkey un general arenga a sus tropas. Siguiendo sus precisas instrucciones, los soldados conquistarán a sus invitados, durante una cena memorable, con una deliciosa y magistral receta del “Pavo de acción de Gracias”.